La cuestión es que tengo ganas de hacerlo, pero sin ninguna idea concreta.
Llevo rato escribiendo otros posts, leyendo textos anteriores y he cogido carrerilla.
La carrerilla me entusiasma y me da ganas de más. Como cuando tienes ganas de fiesta.
Esto, en cierta forma, es una fiesta.
Pero no se me ha ocurrido una historia concreta, un principio de relato, un personaje interesante para imaginarle una situación o una fotografía inspiradora.
Tengo ganas de escribir por el puro placer de hacerlo.
Como cuando he tenido una semana de trabajo y meto los pies en agua caliente (quien lo ha hecho sabe lo maravilloso que es).
Como cuando voy a un restaurante a cenar. Llegar, ver la carta, pedir el vino, brindar, saborear varios pasos siguiendo el ritual.
El placer por el placer. Aunque es un placer raro. Doloroso al mismo tiempo.
Un masaje descontracturante. Lo que cuentan de saltar en paracaídas. Pensar como concretar la idea en una frase. Probar una palabra, jugar con otra, versionar la primera a ver si así…
Desesperarme cuando la definición no termina de salir. Releer y no estar convencida del penúltimo párrafo.
Es cierto nudo en el estómago, un porcentaje de angustia y un trozo de felicidad.
Escribir.
Somos un poco masoquistas quienes escribimos.
A veces es mejor parar, hacer otra cosa y volver; dejar descansar el texto, el diccionario de sinónimos y la cabeza. En otras ocasiones ayuda mirar escritos hechos en días anteriores. O escribir a mano, como hoy. Aunque tenga que hacer un esfuerzo doble tratando de moldear una letra medianamente legible para cuando lo pase a WordPress. La falta de práctica ha ido empeorando mi caligrafía.
Luego llega el cierre. Casi nada.
Lo más complicado es empezar y terminar, para mí por lo menos. Cómo abrir lo que se propone escribir, porque una sola idea puede tener infinitos comienzos. Ay, esa frase, los dolores de cabeza que produce.
Y, terminar. Aquello que redondeará el texto. Conclusión. Final. Lo que dejará un buen sabor de boca al lector, el the end que provoque una sensación de satisfacción en ellos y en ti, pobre, que escribes para expresarte por necesidad visceral y para que te lean también, no lo neguemos.
Con el cierre viene el fin de ese placer-dolor. En algunas ocasiones.
En otras, releer supone un nuevo comienzo porque sientes que aquello necesita unos cuantos cambios o una vuelta entera. Y si sucede lo segundo entro en barrena. No sé qué hacer, me planteo varias ideas, no me gusta ninguna, pienso en borrar todo y empezar de cero, o mejor no para no tener la sensación de que he perdido el tiempo. Cambiar el texto solo en algunos pasajes… Si es que soy cuadrada. No sé dar vueltas redondas.
Me consuelo sermoneándome: lo importante es hacer Laura, así la inspiración te pillará trabajando. Así la sensación de insatisfacción se mitiga un poco. Pero me gusta vivir el placer. El de hacer algo con lo que te sientes realizada incluso cuando lo ejecutas por el solo hecho de ejecutarlo.
Como este post.

Imagen: Unsplash, Ben White