Sin pandemia

Que somos héroes dicen.

Cuando el reloj suena a las 2 de la tarde (mi turno es por la noche) ya yo llevo unos minutos, o mucho rato, despierta. Me sigue sorprendiendo que mi cuerpo esté tan agotado y la cabeza siga a su bola, a mil por hora y dando tres millones de vueltas sin dejarme dormir bien.

No tengo ganas de levantarme. No tengo ganas de subir la persiana. No quiero que comience el día. Me voy a la ducha, me preparo dos sándwiches y un zumo de naranja a ver si con ello le aporto potencia a mis defensas, ponemos algo ligero en la tele, que me distraiga de pensar. Quisiera ser un coche y tener una palanca de neutro en mi cabeza, pero ella sigue por libre, y no sé por qué vuelvo al episodio de hace unos días, que ya no sé si fueron 4 ó 5 ó 6. Es lo que tiene todo esto, las jornadas las ha vuelto grises y uniformes.

Llevaba tres días hablando con la hija. Y dudaba de si estar haciendo lo correcto, por lo de no implicarme más, pero era peor ver la mirada gritando, la desazón al entrar, la mano buscando un contacto. Le di a ella mi número de teléfono para que llamara por videoconferencia y lo viera unos minutos cuando me tocaba asistirlo en la habitación en la que lo teníamos aislado. Y sabía que le estaba robando tiempo a mi tiempo, que la urgencia y la cuarentena exigen optimizar las horas para poder llegar. Pero eran esos ojos pequeñitos en medio de los pliegues de las arrugas mirando la pantalla con la ilusión del niño que ve un globo volar por primera vez. Así. Yo lo miraba desde detrás de mi mano sosteniendo el teléfono mientras él hablaba, por ponerle un nombre a los gestos a medias. El corazón también forma parte de la cura. Aunque de nada sirviera después.

No tengo tiempo para ponerme a pensar qué fue lo más difícil. La habitación inmensa frente a ese cuerpo que se iba empequeñeciendo en la cama, con olor a químico, a cables, a material que ignoraba que aquello latía y tenía sangre circulando y una mirada que brillaba cuando veía a quien se preocupaba por él. La extensión de la sábana por encima de la cabeza cuando ya todo había acabado y la desazón y la frustración. La hija al otro lado del teléfono porque ni siquiera podía enterrarlo, incinerarlo o lo que le diera la puta gana hacer. La estadística de estos días. Yo me he ido guardando las emociones detrás de la mascarilla para poder llorar a gusto mientras me cambio al terminar. Al ir de vuelta. Al llegar a casa y abrazarlo. Él también va al hospital y trabaja.

Nos dicen que somos héroes. Y yo lo agradezco mientras pienso en que quienes lo afirman no saben las ganas que tengo de enviar todo a la mierda a veces. De no poner la alarma y seguir escondida bajo la manta. De apagar la tele mil años y no oír nada más sobre pandemias, virus y urgencias. Pero luego miro otros ojos brillantes entre los pliegues de las arrugas que ve a su familia a través de mi teléfono y se me pasa. Hasta la siguiente vez que sienta que ya no puedo más porque quiero llorar y estoy en el turno de trabajo, porque la muerte forma parte de él aunque ningún profe en la universidad nos advirtiera de vivir alguna vez esto. Porque tampoco él se merece que llegue tan derrotada a casa cada madrugada y cargue con todo lo que traigo. Y no lo podré evitar. Querré mandar todo a la mierda. Y lloraré y se me pasará y volveré a ilusionarme con otros ojos brillantes en otro rostro aislado que miran la pantalla de mi teléfono. Dicen que somos héroes, yo quisiera ser héroe sin pandemia.

relatos de cuarentena unsplash

Análisis del tono

Este era un post pensado para ser escrito en enero, cuando el cuaderno está en sus primeras páginas. Da igual, aunque este ritmo en el que vivo no me haya dejado hacerlo antes, llevo semanas pensando en una idea…

Se trata del libro en blanco. El que se abre cada enero de comienzo de año.

Yo me dedico a la redacción, escribo textos para quien me lo pide mediante unas pautas previas y una investigación sobre el tema en cuestión. Lo que ahora llaman un copywriter.

Cuando trabajo, antes de empezar a escribir, debo conocer varios aspectos y tomar decisiones con ellos. Saber a quién me dirijo, elegir la extensión de lo que quiero contar, establecer el tono de lo que voy a redactar.

Porque no es lo mismo escribir un texto que se perciba como formal y distante, a hacer uno que se entienda amigable y cercano. No es lo mismo redactar con palabras escasas que transmitan parquedad, que explayarte en cada punto y referirte de tú a quien te leerá.

No es lo mismo narrar desde un sujeto agresivo o victimista que desde una voz entusiasta y con ilusión por lo que cuenta.

Entonces pensé que el año nuevo es igual. Una página en blanco, un lápiz / bolígrafo / teclado para escribir.

Unos objetivos a cumplir, una extensión a elegir, un tono para seguir.

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El tono de tu vida, imagen: unsplash.com

En ese cuaderno, que es el nuevo año, hay una página en blanco para comenzar, una página en blanco en la que cada uno decidirá cómo iniciar el texto, con un objetivo que la mayoría de las veces dejamos olvidado al cabo de dos semanas, y un tono que puede ser apático y en piloto automático o lleno de optimismo y convencido de que te mereces lo mejor.

Y se que sueno a libro de autoayuda, pero no, es puro convencimiento.

En el tono del mensaje se esconde gran parte del secreto.

En el tono proyectarás lo que quieres transmitir y lo que recibirás de vuelta.

Con el tono decides si escribes el libro de tu año convencido de que puedes lograr lo que te propongas o mejor no soñar para evitarte despechos. Con el tono que elijas quizás sonreirás desde la primera página, y ya sabes que la vida muchas veces es un espejo que refleja la imagen que das, y en las otras en que no hay devolución, sonreír es el mejor recurso para provocarla. La sonrisa, digo.

En el tono hay un gran secreto…

El de cómo quieres que te vean.

El de lo que expresas.

El de lo que probablemente recibirás de vuelta.

Y tú dirás, me está hablando del enfoque; sí, el tono se deriva del enfoque. Si mi tono es de queja, puede que reciba días grises porque la concentración en lo oscuro no me dejará ver algún punto de luz. Si mi tono se centra en lo negativo no veré otra salida.

El tono decidirá en gran parte el contenido de ese cuaderno, unas hojas que representan 365 días de tu vida. Acordémonos de escribirlo con uno optimista, amigable y lleno de esperanza, y con colores bonitos para que, cuando lo hojees rápido al finalizar el contenido, te alegre la vista.

No te olvides del tono.