La banda

Todos tenemos una banda sonora de nuestra vida. Se compone de múltiples canciones, de esas que nos han ido acompañado en alguna etapa de nuestros años, si no imitando su baile frente a la tele, es llorando con su letra mientras recordamos ese primer amor o trasladándonos a una época más ligera donde la premisa son los planes que están todos por delante.

Algunas se vuelven tan cercanas que es como si no estuvieran porque siempre están ahí. Y es cuando pasa algo excepcional, como escuchar por primera vez a su autor en directo, que por un segundo detienes el canto a todo pulmón, y caes en la cuenta de que sí,  de que estás escuchando parte de tu vida. Y te parece que estás simplemente oyendo a un viejo amigo, al familiar que hace tiempo no ves, al conocido de hace años que te reencuentras y evocas con él conversaciones -las letras- que ya ni recordabas. Y no te lo esperabas. Pero ahora van saliendo por la boca y te sorprendes pensando lo que pensabas no recordar, y las frases salen y te alegras de ese automático que actúa a pesar de, el trabajo de ese subconciente que no olvida y se encarga de recordarte que esa, esa es la banda sonora de tu vida.

Eso fue el concierto al que asistí hace unos días. Escuchar a Franco de Vita fue un timbrazo en el alma, de esos que funcionan como llamadas en puertas que creías cerradas porque no recordabas. Las letras, los coros, las estrofas, los cambios de ritmo para que entre la variante del siguiente instrumento y que ni señas de saber que iba a tararear al completo, la cara familiar, la de hace muchos años y que hace tiempo no veía. Luego los cantantes invitados y el dúo San Luis compuesto por unos hermanos con los que me iba de fiesta hace casi 20 años por aquello de los amigos en común. Ahora entiendo a Gardel.

Dos horas y media que significaron vivir el pasado desde la felicidad del presente y disfrutar el presente por la alegría de recordar el pasado. Soy una nostálgica.

El grupo

 Ya sé por qué no me gusta ver partidos deportivos. Me ponen nerviosa. Si voy a favor de uno de los equipos me genera mucha ansiedad la expectativa de ver quién va a ganar. Entonces prefiero no verlos, porque no soy competitiva, además de no encontrarle chiste a ver cómo persiguen una pelota durante un buen rato.

Luego me pasa que me son totalmente ajenos, y en este punto me maravilla la implicación de la gente con sus equipos, “tenemos que ganar de tantos porque si no, bajamos a segunda”. Encuentro bonito el sentido de pertenencia, porque soy de las que siento que si yo no soy uno de los jugadores que están en la cancha no veo por qué tengo que hablar en primera persona del plural.

Ahora estoy en el juego de basket en el que el Estu se juega la permanencia en primera división, estamos en el último cuarto y tienen que ganar de 14 puntos y van dos por encima, además de depender de los resultados de otros dos juegos que se desarrollan simultáneamente. El Palacio de los Deportes es una marea azul (el color del equipo) y la tensión corta el aire, solo los de la Demencia (la hinchada) sigue gritando y vitoreando a los jugadores.

El amor -verdadero- de la gente por este equipo cuya cantera proviene de un colegio madrileño en el que crecen jugando y transpirando basketball es impresionante para alguien como yo. Sus triunfos y fracasos son un asunto personal para sus seguidores. Creo que una de las funciones del deporte es darle sueños a la gente. Y me parece bonito, aunque no me interese en absoluto…

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Al final perdieron el juego, el Murcia les ganó y el Estu del Ramiro bajará por primera vez en su historia a segunda división… pasados los primeros 5 minutos de shock la famosa Demencia de nuevo tomó el “toro por los cuernos” y se puso a animar a los jugadores y al público cabizbajo; permaneció fiel un rato sin moverse de su sitio, aupando a la gente para apoyar al equipo de sus amores a pesar de la derrota. Y la gente respondió. Muchos se fueron a la parte de atrás del recinto por donde salían los jugadores y los aplaudían o rechazaban dependiendo de quién fuese (sobre todo esto último en el caso de los directivos a quienes insultaron).

Supongo que nos gusta sentirnos parte de un grupo aunque ya no seamos adolescentes, es parte de nuestra naturaleza social aunque cada uno lo busque en el ámbito que más le guste…. Al final, cuando todo el mundo se fue, se vio por televisión que la gente de la Demencia extendió la gran bandera del Estu sobre la cancha mientras muchos de ellos lloraban el descenso. Sentirnos parte de un grupo nos hace vivir intensamente y olvidarnos muchas veces de nuestras propias miserias. Nos da sueños.

Es solo un partido

En un juego de basket puede representarse toda una sociedad. Yo no suelo ser espectadora de deportes, pero en esto del arte de las negociaciones en las relaciones de pareja  a veces me toca asistir a partidos de baloncesto en Madrid. Quizás por eso lo observo todo con la curiosidad del recién llegado.

En el cuadrilátero que conforma la cancha confluyen todas las ansiedades del público que asiste (menos yo, claro). Siempre me pregunto si eso no pondrá nerviosos a los jugadores, yo creo que me pondría histérica con tanta presión externa, no soy tan competitiva…

Los jugadores juegan y la gente los aplaude, les grita, lo vitorea, los anima. Poco a poco vas sintiendo la energía arrolladora que emerge en todo el lugar cuando el equipo de casa va ganando.

En los descansos sobrevuela un minidirigible publicitario anunciando el seguro Asefa, mientras que en una pantalla gigante rodeada de carteles de Coca-Cola se anuncian una y otra vez patrocinadores como la autoescuela Lara, cuyo coche invade hasta el carro de la famosa estatua de Neptuno de la ciudad; una Air Europa que aplica un buen golpe de efecto al poner como imagen a Leo Messi, Paz Vega y mi queridísimo Alejandro Sanz; por no hablar de la pantalla que bordea la cancha con el rostro de Rafa Nadal cada no sé cuántos minutos anunciando Kia, al igual que los shorts del equipo local (Estudiantes) con el logo del metro de Madrid… en total, mas de 10 marcas publicitándose simultáneamente intentando que por lo menos alguno piquemos con la excusa de un juego. Un juego que representa el deporte. El deporte que significa vida sana para las personas, alejamiento de peligros para los jóvenes. Y como es algo sano es bueno verlo. Al igual que la publicidad.

Y como colofón, un grupo de profesores en la tribuna superior con las ya conocidas camisetas verdes como elemento identificativo  protestando por los recortes en Educación, presencia que la hinchada del Estu (la famosa Demencia entre sus seguidores) aprovecha para gritar «Esperanza, hija de puta» (presidenta de la Comunidad de Madrid) a lo que los profes contestan con aplausos eufóricos…

La sociedad misma a propósito de un juego.