Historia en una terraza

Salíamos del parque de dar tu paseo diario y ejercitar las piernas mientras yo hacía ejercicios un rato. Esa tarde quise que vivieras la costumbre ibérica de la caña veraniega sentado al aire libre.

Llegamos con un descanso por medio, cada vez te costaba más andar. Pero nos sentamos y sonreíste. Pedimos las cervezas y cuando llegaron brindamos. Decías que estabas feliz con esta “maravilla de país”. Eras un niño descubriendo un mundo que no sabias que estaba y que siempre negaste para no salir de la caja. Cómo nos cuestan los miedos.

Recuerdo que mi idea era tomar una cerveza y subir a comer, el presupuesto estaba mermando con tu visita. Pero estábamos tan bien que quise prolongar el momento y terminamos pidiendo. No recuerdo bien que comimos, creo que fue una tabla de patatas y salchichas con salsas. Mientras a mí me sabía a comida rápida sin cuidado, tu no parabas de decir, como lo hacías cada día, que qué maravilla era todo lo que estabas probando en Madrid. Nos regaló mucho Madrid, ahora que lo pienso.

Y daba gusto verte comer. Daba gusto verte los ojitos casi cerrados sonriendo y masticando. Daban gusto tus gestos exagerados disfrutando, es lo que tiene atreverse, aunque sea tarde.

No sé cuánto tiempo conversamos ese rato, pero estábamos bien, muy bien. Fue antes de las preocupaciones por tu futuro, la disyuntiva, el cálculo de cuentas y de posibilidades infructuosas.

Últimamente tengo ganas de ir a los sitios que visitamos aposta para recordarte. Sospecho que es una forma de homenajearte, de saber que después de hurgar y pasar la capa de duelo, me viene bien recordar los buenos momentos, como este de una tarde de verano agradable que estoy pensando ahora.

terraza junto al retiro, madrid

Las que nos van conformando

Pensé en pasearme por alguno de los escenarios donde estaría la música, hace años me encantaban las fiestas del Orgullo y ya no voy.

Pero extrañamente me siento muy a gusto aquí.

Últimamente estoy hacia dentro. Me gusta el silencio que se produce al apagar el televisor, mirar la luz que entra por la ventana mientras me bebo el café por las mañanas intentando espantar a las musarañas de mi cabeza. Me gusta mirar con tiempo a la señora que está sentada en el banco de enfrente.

Se ve relajada, el carrito de la compra al lado y las manos llenas de migas de pan que va lanzando a las palomas. Y es bonito el revuelo que surge alrededor suyo con los animales en enjambre peleando por conseguir una pequeña cantidad.

 

señora con palomas, parque del retiro

 

Me seducen después sus movimientos. Con cuidado se levanta del banco y, pulverizando un líquido en la madera de la silla, va limpiando con una toallita. Lo hace con calma, queriendo dejarlo todo en su sitio. Repasa cada espacio de la silla y guarda luego los utensilios en el carrito. Lo cierra con sosiego y emprende la marcha.

Al verle el rostro cuando se acerca me sorprende lo joven que es. Siempre adjudico la tarea de dar de comer a las palomas a la gente muy mayor. Y me pregunto qué tipo de vida tiene y por qué necesita venir al parque con el carrito de la compra y la comida y las palomas. Supongo que serán las mismas razones que tengo yo de estar un sábado a las 9 de la ¿noche?, sentada en un rincón más o menos escondido del Retiro respirando profundo y percibiendo con mis sentidos, y aquí la redundancia es necesaria. Respirando profundo. Para qué irme a la fiesta si hoy disfruto más de la conversación que produce escribir estas líneas, el whatsapp con mis hermanos, los mensajes con él que está triste estos días y necesita mimos.

Últimamente me gusta ponerme música alta en los audífonos cuando estoy en la oficina, exponerme a pecho abierto con la psicóloga y pensar qué puedo hacer para que el día tenga algo bonito aunque la perspectiva sea trabajar y trabajar. Épocas. Las que transcurren y las que nos van conformando.

señora con palomas, parque del retiro

Relato de un proceso

La cuestión es que tengo ganas de hacerlo, pero sin ninguna idea concreta.

Llevo rato escribiendo otros posts, leyendo textos anteriores y he cogido carrerilla.

La carrerilla me entusiasma y me da ganas de más. Como cuando tienes ganas de fiesta.

Esto, en cierta forma, es una fiesta.

Pero no se me ha ocurrido una historia concreta, un principio de relato, un personaje interesante para imaginarle una situación o una fotografía inspiradora.

Tengo ganas de escribir por el puro placer de hacerlo.

Como cuando he tenido una semana de trabajo y meto los pies en agua caliente (quien lo ha hecho sabe lo maravilloso que es).

Como cuando voy a un restaurante a cenar. Llegar, ver la carta, pedir el vino, brindar, saborear varios pasos siguiendo el ritual.

El placer por el placer. Aunque es un placer raro. Doloroso al mismo tiempo.

Un masaje descontracturante. Lo que cuentan de saltar en paracaídas. Pensar como concretar la idea en una frase. Probar una palabra, jugar con otra, versionar la primera a ver si así…

Desesperarme cuando la definición no termina de salir. Releer y no estar convencida del penúltimo párrafo.

Es cierto nudo en el estómago, un porcentaje de angustia y un trozo de felicidad.

Escribir.

Somos un poco masoquistas quienes escribimos.

A veces es mejor parar, hacer otra cosa y volver; dejar descansar el texto, el diccionario de sinónimos y la cabeza. En otras ocasiones ayuda mirar escritos hechos en días anteriores. O escribir a mano,  como hoy. Aunque tenga que hacer un esfuerzo doble tratando de moldear una letra medianamente legible para cuando lo pase a WordPress. La falta de práctica ha ido empeorando mi caligrafía.

Luego llega el cierre. Casi nada.

Lo más complicado es empezar y terminar, para mí por lo menos. Cómo abrir lo que se propone escribir, porque una sola idea puede tener infinitos comienzos. Ay, esa frase, los dolores de cabeza que produce.

Y, terminar. Aquello que redondeará el texto. Conclusión. Final. Lo que dejará un buen sabor de boca al lector, el the end que provoque una sensación de satisfacción en ellos y en ti, pobre, que escribes para expresarte por necesidad visceral y para que te lean también, no lo neguemos.

Con el cierre viene el fin de ese placer-dolor. En algunas ocasiones.

En otras, releer supone un nuevo comienzo porque sientes que aquello necesita unos cuantos cambios o una vuelta entera. Y si sucede lo segundo entro en barrena. No sé qué hacer, me planteo varias ideas, no me gusta ninguna, pienso en borrar todo y empezar de cero, o mejor no para no tener la sensación de que he perdido el tiempo. Cambiar el texto solo en algunos pasajes… Si es que soy cuadrada. No sé dar vueltas redondas.

Me consuelo sermoneándome: lo importante es hacer Laura, así la inspiración te pillará trabajando. Así la sensación de insatisfacción se mitiga un poco. Pero me gusta vivir el placer. El de hacer algo con lo que te sientes realizada incluso cuando lo ejecutas por el solo hecho de ejecutarlo.

Como este post.

 

escribir, vida, relato, cuento, historia, historias que pienso

Imagen: Unsplash, Ben White

Teorizando

Me gusta cuando hablo así, serena, segura de lo que digo y por tanto, con pausa. La sensación me recuerda a una crema, un fudge que se desliza suavemente por una superficie. Así.

Esa es para mí la sensación perfecta a la hora de hablar, aunque la mayor parte del tiempo, en mi caso, el resultado no sea ese. Porque hablamos como somos, y no solo por lo que decimos sino cómo lo decimos también.

Mis formas por ejemplo siempre han sido rápidas, atropelladas, quiero ir a la msima velocidad de mis pensamientos y no, no puede ser. Muchas veces, cuando la situación me altera de una u otra forma voy hablando sin razonar mis palabras, simplemente salen nerviosamente, y luego me pregunto por qué he dicho lo que he dicho.

Hay gente que de normal si solo la escuchas y no la ves te das cuenta de lo enérgica que es, habla rápido y sin pausa pero sin comerse las palabras, con una entonación siempre hacia arriba. Otra gente rara vez varía demasiado el tono, si están contentos o cabreados solo lo notas por pequeños cambios en la voz. Esas son las personas contenidas, las que por alguna razón no les gusta expresar sus sentimientos. Las que no sabes qué están pensando… Luego existe alguno, como el que escuche hace poco en un podcast, que da la sensación de ser pedante, por esa forma de remarcar tanto cada palabra como masticándola y esa pronunciación especialmente exagerada en los términos anglo… Aún no se si él será realmente arrogante, pero no tengo mucho interés en saberlo tampoco. Así de determinante es la forma en que transmitimos percepciones con la voz.

Algunas voces desconciertan, ves a la persona, adulta, con cara de padre o madre asentada, y te sorprende esa entonación natural con un deje aniñado, y no me refiero al timbre de voz, eso es otra cosa, sino a la forma de modularla, de querer hacerla de manera inconsciente (creo) menos grave. A veces me pregunto si no es una forma de despertar ternura.

Están los que terminan cada frase con una especie de tono de interrogación acompañada de una expresión en la mirada de expectativa y que a mí me dice que sufre de una acentuada inseguridad, o los que manejan muy bien sus matices para lograr exactamente el efecto que quiere porque es consciente de ello, lo que me dice todo lo contrario que el anterior. También existen quienes están tan llenos de agresividad que incluso en una conversación normal se delatan: sus terminaciones son bastas y  van acompañadas de gestos duros.

En realidad creo que la lista de ejemplos puede ser interminable, casi tanto como el número de personas que conocemos y que nos conocen, porque también tu y yo estaremos incluidos en muchas de esas listas con alguna descripción. Hablar es como el sexo, lo haces como eres, y el sexo es como dormir, si funciona o no está en la cabeza. Y sí, este post es un desvarío mental que he tenido estos días. Y no, no consumo drogas, vengo así de fábrica.

hablar, treintanera

El tren

Sentada en el tren veo las cosas pasar. Terrenos baldíos. Máquinas de trabajo. Edificios. Veo los cielos pasar con sus nubes. Veo la vida pasar también, y se me hace cómodo estar aquí. Es un letargo lento y agradable, como cuando me iba quedando dormida al ritmo del acompasado ruido del ventilador en el calor de mi tierra. Pienso que me gustaría quedarme muchotiempo aquí…

Desde la ventana del tren. Árboles. Puentes. Cielos. Me pregunto cómo será una vida entera así, viendo pasar simplemente. Salgo del letargo entonces. Debe ser una vida agradable, sin sobresaltos. Tranquila.

¿Quiero eso? No. Pero hay ocasiones como hoy en que sí lo pienso…

S/T, por Calor Marijuán. Meam

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Perspectivas

… Y llega el día temido y no quiero que llegue. No quiero seguir en la dinámica diaria del trabajo, pero cuando se aproxima la tarde del viernes empiezo a temer por mis estados de ánimos.

Toca la hora de la salida y empieza a subirme un nudo que sale del estómago y llega hasta el pecho. «No quiero sentirme así» me digo, pero caigo de nuevo en el bucle de la autocompasión, ¿para qué describirla?

Decido entrar a un bar que me gusta y tomarme un vino, decido también ponerme a conversar con el camarero tan simpático que me atiende, y termino extrañada de lo conversadora que estoy.

Me llama él por teléfono y me dice «qué bien que te tomes un vino», y yo, como me estoy autocompadeciendo le digo que no está tan bien si lo haces porque no te queda otra. Él como siempre me regaña por mi actitud y yo como siempre espero ese momento para reaccionar.

Si siempre he disfrutado de mi propia compañía, ¿qué ha pasado ahora?

No ha pasado mucho. Simplemente me siento sola y me he detenido en la sensación, y la sensación ha aprovechado para invadirme del todo. Click.

Qué carajo! Puedo decidir mis pensamientos. Voy a comprar sushi para llevar y cenar en casa, y visito antes esa taberna a la que siempre he querido ir, me pido un vino, y disfruto, ¿qué ha pasado con todo esto? me dan un queso maravilloso con la copa, el sitio es agradable y está lleno de gente, la atención es amable y hasta hay un chico tocando la guitarra por rumbas para dar ambiente.Me siento y me pongo a escribir estas líneas. La copa me sale exageradamente cara pero ha valido la pena el pequeño gusto.

Las cosas no son tan malas como yo creía.

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Mirarse adentro

Cuando era niña soñaba con ser una persona con una vida interesante. Soy de un pueblo, y hasta los 11 años viví en una finca donde pocas cosas pasaban,  mis hermanos mayores no jugaban mucho conmigo por ser niña, y con mi hermanito compartía 5 de cada 15 minutos porque el resto nos dábamos golpes. Entonces la jornada diaria, sin contar las horas del colegio, transcurría viendo televisión y soñando despierta. Me imaginaba caminar por un sitio y cruzarme con otra persona, ¿¿¿????….  es que en la hacienda a mí solo se me cruzaban los perros de la casa, los grillos y los coquitos que me tiraba Omar para hacerme llorar. También queria ser una mujer estresada, ¿¿¿¿???? (de nuevo), del tipo que no tenía tiempo de hacer tantas cosas y era mujer, profesional, esposa, madre, amiga, y todo le salía bien como en los anuncios… paradójicamente, de adulta me convertí en una mujer estresada, y ahora me trabajo para volver a la serenidad de la niñez porque me he agoté de mis prisas. Soñaba también con tener una vida interesante. Conocer muchos sitios, mucha gente, muchas vidas, ¡¡¡¡!!!!… y  ahora de adulta me he debatido siempre entre hacer lo que me da la gana y cumplir con la educacion que recibí. Y aquí sigo. Cuando trabajaba bailando, en mi cabeza algo me decía que ya no estaba para eso,  que tenía que buscar algo «normal»; cuando veo a mis amigas con niños me pregunto a veces si no tendré que tener uno también, aunque en realidad no tengo ganas. Ahora que me vine a Barcelona, y vivo a distancia de nuevo con Iñigo, por unos segundos me he planteado si esto no es absurdo, si no debería buscarme un trabajo, el que sea, en Madrid, porque «una mujer siempre debe estar donde está su marido». Como jode el inconsciente a veces. Escribo esto y no me puedo creer que me diga esas cosas, pero el ambiente en el que has crecido a veces libra una pequeña batalla contigo en la cabeza.

Y ahora que llevo unos días aquí, y hoy he tenido un estupendo día y estoy mas serena, me digo, esto es para mí tener una vida interesante: permitirte, aunque cueste, tener la apertura de vivir procesos de comienzos, de cambios de vida, y estar atenta a conocer, a aprender de cada persona y de cada experiencia. Y al mismo tiempo permitirse una base afectiva, con pareja, familia, amigos de siempre, y aprender de y con ellos…   hay momentos en los que me pregunto si esto no serán inventos míos.  En realidad hay gente que tiene una vida mucho mas interesante que la mía. Supongo que eso es cierto, pero creo que la vida de cada quien es interesante en la medida en que trata de ejecutar sus anhelos y de estar en paz consigo mismo.

Quien sabe, quizás cuando este mayor vuelva a mi pueblo a llevar la tranquila vida que tenía cuando era niña…  la diferencia estará en que cuando vea la tele y recuerde lo que soñaba con los anuncios y con las películas, podré estar satisfecha  porque lo que soñé lo he ido haciendo, y mi vida ha sido interesante.

De vuelta a casa

Son casi las 3 de la mañana, acabo de llegar de salir con unas amigas, era el cumpleaños de Mer, y como estoy corta de dinero me excusé y me vine a casa. Salí del bar en Huertas y bajé andando el Paseo del Prado hasta Cibeles para coger el autobús… Me encanta esta ciudad por la noche, en la calle hay bastante ánimo, como siempre sucede en Madrid, y pienso que una de las cosas que mas me gusta de vivir en España es poder caminar a esta hora por una calle sin temor a que me pase nada. Esto no lo entiende un europeo, ellos incluso dicen que la inseguridad mas bien se ha acrecentado en los  últimos años. Cuestión de marcos de referencias, no han ido a Latinoamérica.

Respiro profundo y me parce maravillosa la noche, el cielo despejado con una luna en cuarto creciente (o cuarto menguante? no las distingo) y una primavera que hoy parece verano, amo el calor. Odio el frío con toda mi alma.

Pienso que quizás sea mi última salida nocturna antes de irme a Barcelona y siento que me va a ir bien, y que después de ello las cosas serán diferentes. Espero que para bien, claro.

Luego en el autobús me pongo a leer el trozo de periódico que me había dejado -yo y mi manía de diseccionarlos y seguirlos leyendo 7 días después- y me encuentro un interesante reportaje sobre cómo las redes sociales y los blogs  le están sirviendole a la gente para desahogar su faceta filosófica-trascendental-literaria de una manera gratuita y sin necesidad de padrinos; luego hacía comparativas con otras épocas y comentaba cómo se están actualizando antiguos géneros, por ejemplo, el aforismo, gracias a redes como Twitter.

La verdad es que visto así el ser humano siempre ha tenido necesidad de expresarse, pero en cada tiempo se emplean plataformas diferentes, ésta es la época de internet y las redes sociales, y me encanta vivir en ella, a pesar de que cuando viajo en tren me gusta mirar por la ventana y sentirme nostálgica como en las películas en blanco y negro. Suelo ser nostálgica, y a veces cursi.

Pero los cursis han existido siempre, y desde que tengo este blog he descubierto que hay un submundo en estos ciberdiarios de gente, que al igual que yo, emplea la red para desahogar sus cursiladas,  sus reflexiones, su talento literario, y no pasa nada. Me siento acompañada.

Divagaciones en crisis

(Escrito el 22 de mayo de 2010)

La razón por la que no duermo bien últimamente es que llevo siete meses sin trabajo, y no estoy acostumbrada a esto. Trabajé hasta octubre del año pasado en Mallorca, en un ballet de flamenco, se terminó el contrato y me vine decidida a cambiar de rumbo. Y no es que me fuera mal allí, pero seguía sintiendo que por ahí no iban los tiros, que eso no era lo que yo quería en mi vida: bailar unos meses en un sitio, luego otros meses en un barco para otro lado, luego otros meses a otro sitio y así sucesivamente. Me gusta mucho viajar, pero me gusta mucho estar en casa, extrañaba a mi chico.

Entonces decidí que quería retomar en serio el periodismo, que fue lo que estudié, lo malo es que mi decisión coincidió con la bendita crisis de las narices, y aquí estamos. Desde que volví me puse tensa y comenzó mi insomnio, y ha sido un largo camino. Y aunque se me ha hecho muy difícil (¡burda!) ahora que miro las cosas con perspectiva pienso que ha sido interesante, porque las noches en vela han hecho que me observe, que viera cómo son mis reacciones, y eso me permite conocerme mejor y aplicar así alguna táctica diferente…  esto sí que es producto de los 30, ahora tengo la serenidad suficiente para poder observarme, a los 20 ni de lejos lo hubiese hecho
En estos días duermo un poco mejor, un poco, pero voy mejorando, se me ha quedado la buena costumbre de meditar por las mañanas, y el desempleo ha hecho que me planteé establecer proyectos propios, y este blog es uno de ellos, y aunque hasta ahora no se lo he mostrado a nadie, (éstas sí que son ganas de escribir) muy en el fondo no pierdo la esperanza de que alguien por casualidad lo lea y se sienta identificada conmigo, ¿vanidad? no sé, no sé si hay un poco de eso, pero si de querer sentirme acompañada.