Sobre planes, tetas y sueños

El rojo de mi dedo gordo del pie se mueve.

No lo hace solo. Lo saqué, al pie, de la toalla para acariciar la arena. Ha tocado una piedra en media de ella y ha concentrado su tacto allí. Entonces veo una uña roja que se mueve un poco nerviosa, al fondo líneas blancas que van y vienen que son olas y dos pechos bailando de una chica que sale del agua.

Me gusta la ligereza que sentimos todos en la playa con nuestros cuerpos. De normal los cubrimos porque qué soez mostrar demasiado, y al llegar al mar soltamos telas, tetas y demás cosas colgantes. El cuerpo como que pierde ese trozo de sensualidad que da la incógnita de no saber lo que hay debajo para ser lo que es: piel con protuberancias, pelos, pezones, tatuajes y quizás alguna cicatriz.

La casa de cada uno en la vida que le toca, ni más ni menos.

Me da por pensar en el nuevo curso, en lo que vendrá después del verano y en las 10 horas que me faltarán por día para hacer todo lo que quiero.

Con lo lento que va el tiempo aquí en la playa y lo rápido que transcurre cuando los perros salen disparados en el canódromo. Pero cómo no va a ser así, no es lo mismo perseguir al conejo que a la nube encima de mi cabeza desde la horizontalidad de mi toalla.

pienso que podríamos disponer de préstamos, coger horas de los días lentos y trasladarlos a los que van como perros.

En realidad, no sé para qué quiero hacer tanto si con lo mal que duermo tengo que ir improvisando nuevos planes de acuerdo a lo que quieran los fantasmas nocturnos. Puta perimenopausia precoz. No sé por qué no fui prematura para otras cosas además de la regla. El éxito laboral (y qué es eso?) por ejemplo. Acumular ceros en la cuenta bancaria, ya que estamos.

Fui una niña precoz con la regla y amontonando sueños.


Vuelvo a los planes después del verano. O a mis sueños actuales, que vienen siendo lo mismo. Eso no lo he perdido. Y eso que empiezo a tener una edad. A veces me pregunto si no será infantil tener muchos sueños, si con la madurez habrá que bajar el número en la lista por si te pilla algún asunto de esos de gente grande.

Como si no lo fuese ya. Yo y mi Peter Pan.

Vuelvo a mirar mi uña roja, la necesito para desenredar los pensamientos. El tacto de la arena es delicioso, igual que la brisa en la piel. Necesito memorizar esto para amueblar con cosas bonitas la daily del lunes en la oficina, será mejor anotar sobre la investigación que deberé hacer acerca del daño en la retina al sobreexponerse a una pantalla oliendo el salitre y tocando las piedras y conchas que he ido recolectando. Para lograrlo la memoria tiene que estar bien sujeta, así podré impregnar las búsquedas de google. Qué pereza.

Hay algo de criminal en esto de estar en una toalla mirando uñas rojas que tocan arena de mar y pensar en un futuro cercano indeseable y obligatorio. 

El último día de vacaciones merece algo mejor.

Escribir algo digno por ejemplo.

Seguir soñando también.

Soñar que se escribe y se vive y se escribe lo que se vive. Mejor.

El próximo ciclo será eso.

Días de verano

A mí no me parecen tan largos.

Es verdad que anochece alrededor de las 21, el sol sigue allí a una hora que en otra estación o lugar del mundo como el de dónde vengo es noche cerrada. Pero hay tanto que respirar que no me alcanza la jornada.

Sentir el sol tirada en la toalla por ejemplo. Es una tarea calma. Primero el calor en la superficie de la piel. Después dejar que los rayos de sol entren de a poco, y que de a poco ocupen su espacio en el ánimo. En el ánimo que va abotargándose hasta dormir los sentidos y sumergirlos en sopor. Se necesitan muchas respiraciones e incluso horas para recibirlos y asimilarlos y vivirlos.

Meterse en el agua con la máscara y el tubo es otro caso. El objetivo del snorkel es ver la vida que hay debajo del agua. Es bonito mirar y encontrar el movimiento multicolor en todas las cinturas y piernas del mundo.

Me gusta cuando veo los bancos de peces que cambian el sentido de su ruta al percibir cercanía. Me gusta también cuando se cruzan distintos grupos en el radio de mi vista. Es una visión de formas y colores cruzándose. Aunque en realidad lo que prefiero del snorkel es el silencio y los fondos claros y las líneas de luz formando redes de rombos que son pentágonos que son hexágonos temblorosos y que brillan y cambian al son del agua.

Si se baja la vista también se ven las líneas de la arena en el fondo, las que parecen estáticas y sólidas si no recuerdas dónde estás. Yo miro la luz y las líneas y la arena y el líquido mientras me escucho respirar, la respiración es el sonido relevante de toda esa escena que tiene la algarabía del mundo real de fondo conversando y riendo, entonces procuro hacerlas más profundas para escucharme mejor mientras mis ojos ven líneas y rombos que son hexágonos. Meditación sin meditar, necesito muchas respiraciones para ello.

Podría nombrar más ejemplos pero sería alargarme demasiado… el viaje que hago con el mundo descrito en el libro. La copa de vino en la cena. El desayuno lento de la mañana y su sobremesa, cuando mi mirada se posa en la tela que cuelga secándose y que me he puesto el día anterior para bañarme.

Es verano y necesito muchas respiraciones.

Notas de verano II

Parece una tontería, pero nunca había dedicado unas décimas de tiempo de mi vida -la adulta por lo menos- a nadar en esnorkel.

Practicarlo fue descubrir un mundo de texturas, colores, formas que no sabía tan fascinante en directo. Me encantaba mirar los peces que se asomaban por detrás de las rocas o las familias que de pronto aparecían en conjunto para tomar agún alga por asalto, que a los críos hay que cuidarlos.

Aunque de toda la experiencia, lo que más fascinación me producía era el silencio.

Ese abstraimiento al que me veía sometida con toda la voluntad posible una vez puestas las gafas en vista y nariz, el tubo en boca. El propósito de mi vida pasaba a ser observar lo que estaba mirando mientras el plaf plaf de mis pies moviéndose aleatoriamente para avanzar, poco porque nadar no es una de mis mayores habilidades, me embotaba la cabeza con su cadencia. Casi todos los sonidos forman melodías. Y yo, que pocas veces consigo tener la cabeza tranquila, entraba en catarsis.

Ese día estuve casi todo el tiempo en el agua, y eso que siempre he preferido estar tirada en la arena. Un rato después descubrí que si nadaba en la playa abierta no vería ni rocas, ni peces, ni erizos, pero la vista ante mí del horizonte azul y otra vez el plaf plaf de mis pies era estar en ese sitio al que queremos huir para escapar de nosotros mismos, el limbo en el que todo está suspendido y no hay espacio para lo que incomoda o hace feliz. La vuelta  al origen, el vientre materno, los diamantes de luz que brillan sobre la arena del fondo. La calma. El agua.

Son viajes a través de nimiedades.

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Notas de verano I

Supongo que el suelo del mar tiene algo de lunar. Yo nunca he estado en la luna, pero en algo me recordaba a las imágenes. Esos pliegues simétricos formando surcos que solo se alteraban superficialmente cuando el agua venía con fuerza tenías algo de primitivo y sagrado, de no dejarse tocar por los estragos que nosotros los humanos vamos haciendo a nuestro paso.

Yo con mi plaf plaf nadando los iba conociendo y reconociendo, cada dibujo delante de mí, cada línea, la cóncava, la convexa y viceversa, y después de un número de brazadas me iba hacia abajo para tocarlas y entonces rompía con mi atrevimiento la secuencia simétrica cual depredador intentando acabar con el orden establecido. Aunque sospecho que una vez marchado el estorbo cada línea de arena volvía a su orden, ignorando la intromisión, la petulancia del que no es y quiere ser.

Después tocaba salir del agua, tomar sol, comer, su cara a unos centímetros y besos cada poco, leer ese libro de relatos de Eloy Tizón que al principio me desconcertó y después me maravilló por la belleza de sus líneas y sus personajes llenos de bruma.

Observar. Las gaviotas en una playa volando muy bajo  que se juntan a unos metros de mí con otras para bajar del cielo, buscar alimentos y seguir siendo mortales. Esas dos niñas que aprovechan la lejanía de la autoridad para adentrarse un poco en el agua y darse besos por toda la cara incluida las bocas que descubrían. Los desnudos de quienes prescinden de cualquier tela para encontrarse con el mar y qué graciosos se ven en pelotas y con el equipo de snorkel puesto. Yo intentaba imaginarlos vestidos porque la ropa dice mucho de nosotros, de nuestra clase social, qué espanto de etiqueta, o más bien del que queremos aparentar; del estilo que pretendemos exhibir ante el mundo porque es nuestra forma de ver la vida, aunque esa familia que está a mi lado no necesita de ropas para intuirla con su todoterreno, el perro lánguido, él con su altura y sus rasgos anglosajones, ella con su poca estatura y rostro de india sioux y esas hermosas niñas mestizas.

Cada playa era una escenografía, el escenario de una representación, nuestras historias, metauniversos jugándose la importancia de quedar en nuestros recuerdos. Viajes de ida y vuelta.

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