Ay nena

Si solo le falta ponerse el palo entre las piernas. Yo no sé qué le pasó después de la boda, porque antes le encantaba tenerme en su casa los fines de semana y a veces incluso nos invitaba a comer y me hacía los platos que a mí me gustan.

Pero después, después se transformó, y ahora se dedica a meterle cizaña a la hija y a fastidiarme la vida.

Ella no es como la típica suegra bruja. Es que en ella se basaron para inventar el término.

Nada más casarnos empezó a ir domingo sí, domingo también a casa, es que extraño a mi niña, decía. Se presentaba con ocho envases de media trayendo comida que había hecho. Y no, ya no era la que me gustaba a mí, era solo la que prefería su hija.

¿Y este señor se ocupa contigo de la casa?, que no crea que tú tienes que hacer las tareas sola mi amor, que tú también trabajas. ¿Y no van a hacer nada esta tarde? Nena que los hombres se acomodan y se olvidan de complacerla a una, le decía cada vez, tú exígele hombre, que cada vez que vengo está tirado en el sofá viendo la tele, se parece al Simpson.

Y todo esto a dos metros de distancia de mi humanidad, no es que la doña se corte y espere a que me vaya al jardín a tomar el sol con mi cerveza, como si no tuviera derecho a descansar después de trabajar toda la semana, que su hija siempre prefiere hacer ella las cosas cuando llega. Y se queda dos, tres y cuatro horas, que no se echa el día entero porque según ella es muy considerada y “entiende que necesitamos privacidad”.

Mucha intimidad pero siempre aprovecha cualquier percance para soltarme alguna llena de veneno, como cuando llegó y mi mujer me estaba reclamando que recogiera la ropa que había dejado dos días antes tirada en el salón o el día de la cucaracha. ¡Nena! Dile que la mate (es que últimamente soy invisible para ella a la hora de dirigirme la palabra, todo va por indirectas); ¿cómo que les tiene fobia? ¡si está pálido! Espera que me quito la chancla –nos visita en chándal y chanclas. Sin comentarios al respecto-. Un hombre tiene que encargarse de estas cosas, tu padre, que Dios lo tenga en su gloria, como buen jefe de hogar arreglaba las averías, armaba los armarios –y los de verdad, no los de Ikea- y mataba todos los bichos. Si hasta se llevaba la escopeta de cazar a la casa de verano. Eso es un hombre con aquellas bien puestas.

Pues nada. Ni hombría me queda con esta bruja. Y todo por mi terror a las cucarachas, ¿y qué si me dan muchísimo asco?

La vieja ese día la mató con su chancla de flores amarillas y fucsias. Cuando la volví a mirar una vez pasado el susto, me estaba observando de arriba a abajo con todo el desprecio del que podía hacer gala, miró a su hija y solo le dijo, ay nena, con un tono de profunda pena, como si se hubiese casado con un pervertido o un maltratador; cogió su bolso tamaño XL –con chándal y chanclas, repito- y se fue.

Pero la cosa no terminó ahí, porque en la noche, cuando estábamos en el sofá, en plena reconciliación después de una buena pelea por lo bruja que es su madre, va y llama. No se qué le decía a mi mujer porque ella solo me miraba con cara de circunstancia y decía sí mamá, no mamá. Así 15 minutos de reloj. Yo me la imaginaba con el sombrero, la verruga en la nariz, la cazuela gigante cociendo algún hechizo para alejarme de su hija y el teléfono en la oreja apretado con el hombro mientras mezclaba con la cuchara de palo. Cuando terminó la llamadita toda la magia se había perdido y ora vez discusión. Pero esta vez sí se lo dejé claro, no aguanto a tu madre, o hablas con ella o hablo yo. Es mi madre y lo hace porque me quiere. Pero que su madre le había dicho que ya no nos molestaría más, que sabía que no la soportaba y que no quería convertirse en una pesadilla para su matrimonio.

Y tanto. Cuando desperté aquella mañana, luego de un sueño agitado, me encontré convertido en un insecto monstruoso.

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Fin

Recuerdo ahora una camiseta, era una franelita manga corta color mostaza con los bordes de los brazos y el cuello morados creo, y un conejito que estaba de pie y de perfil en el pecho. Formaba parte de la ropa que tenía en tu casa puesto que tenía para mí una gaveta en el armario de madera de tu cuarto. La última gaveta del armario.

Iba mucho a jugar, no recuerdo la frecuencia, pero sí que me encantaba quitarme los zapatos, ponerme ropa vieja (o no sé si era mami que me mandaba a cambiar de vestimenta) y salir al patio del fondo de la casa. El largo patio de atrás. Con el suelo de tierra, la batea con techo de zinc para lavar los platos en poncheras llenas de agua porque no había un lavaplatos con agua de tubería; y la letrina a la derecha porque no había baño. Todas esas mejoras vinieron luego, cuando yo había crecido. Después estaban las matas  de ajíes y limones y semerucos, y más allá los árboles de mango, tan altos que yo los trepaba solo un poco porque me daba miedo llegar hasta arriba. Eran mis hermanos mayores y mis tíos lo que bajaban la fruta para comérnosla después.

Recuerdo mucho las carreras con mi hermanito y los demás primos, la sensación de tierra en los pies y jugar al pisé dibujado en el suelo con un palo, los grandes huecos que hacíamos a 4 o 6 manos sacando la tierra para llenarlos de agua, volver a poner la arena y mezclarla para hacer nuestras tortas de barro y jugar a las cocinitas con las muchachas, mis primas.

Me viene a la cabeza el baño después de jugar y abrir una gaveta para sacar la ropa que iba a ponerme, la franelita del conejo y una siesta no sé a qué hora con el ventilador porque no había aire acondicionado y el calor era sofocante y había que poner algo con lo que refrescarse.

Pero no recuerdo tu imagen concreta. Solo se me viene a la cabeza la de las fotos en esa época, con el pelo aún oscuro, las diferentes batas largas con o sin botones al frente, y ese cigarrillo al revés que siempre siempre te caracterizo. No he sabido de otra persona que fumara así. El pitillo previamente cortado a la mitad y encendido, para luego metértelo en la boca con el fuego hacia dentro y sosteniéndolo con los labios. Solo se veía el circulito blanco, lo que debía estar hacia dentro. Yo pensaba ¿cómo no se quema la lengua? y la verdad es que eso me lo sigo preguntando hoy.

Ese era uno de tus rasgos distintivos, y el quesillo hecho en las latas de leche en polvo que te quedaba tan rico y me gustaba tanto, las arepas de maíz «pilao» en el molinillo ese que tenías en la batea también y que te quedaban tan buenas, los platos de peltre que sonaban mucho y por eso ahora de adulta me gusta tener en casa, las sillas grandotas de la mesa que te regalo tía y en la que cabíamos mi hermanito y yo cómodamente si no estábamos dándonos golpes… Tu mal genio peleando con nosotros para que nos portáramos bien y te hiciéramos caso, porque para ser sinceros tenías muy malas pulgas, ni siquiera las perdiste cuando te quedaste en silla de ruedas.

Estoy pensando en todo esto desde que te fuiste, supongo que es porque con tu marcha también se termina de ir una etapa de mi vida, la de la inocencia, la de la candidez, la de la familia grande. Y es raro porque yo hace tiempo que me fui, pero tenía necesidad de escribir. De escribir y recordar sin ningún fin.

abuela y nito