Ya sé por qué no me gusta ver partidos deportivos. Me ponen nerviosa. Si voy a favor de uno de los equipos me genera mucha ansiedad la expectativa de ver quién va a ganar. Entonces prefiero no verlos, porque no soy competitiva, además de no encontrarle chiste a ver cómo persiguen una pelota durante un buen rato.
Luego me pasa que me son totalmente ajenos, y en este punto me maravilla la implicación de la gente con sus equipos, “tenemos que ganar de tantos porque si no, bajamos a segunda”. Encuentro bonito el sentido de pertenencia, porque soy de las que siento que si yo no soy uno de los jugadores que están en la cancha no veo por qué tengo que hablar en primera persona del plural.
Ahora estoy en el juego de basket en el que el Estu se juega la permanencia en primera división, estamos en el último cuarto y tienen que ganar de 14 puntos y van dos por encima, además de depender de los resultados de otros dos juegos que se desarrollan simultáneamente. El Palacio de los Deportes es una marea azul (el color del equipo) y la tensión corta el aire, solo los de la Demencia (la hinchada) sigue gritando y vitoreando a los jugadores.
El amor -verdadero- de la gente por este equipo cuya cantera proviene de un colegio madrileño en el que crecen jugando y transpirando basketball es impresionante para alguien como yo. Sus triunfos y fracasos son un asunto personal para sus seguidores. Creo que una de las funciones del deporte es darle sueños a la gente. Y me parece bonito, aunque no me interese en absoluto…
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Al final perdieron el juego, el Murcia les ganó y el Estu del Ramiro bajará por primera vez en su historia a segunda división… pasados los primeros 5 minutos de shock la famosa Demencia de nuevo tomó el “toro por los cuernos” y se puso a animar a los jugadores y al público cabizbajo; permaneció fiel un rato sin moverse de su sitio, aupando a la gente para apoyar al equipo de sus amores a pesar de la derrota. Y la gente respondió. Muchos se fueron a la parte de atrás del recinto por donde salían los jugadores y los aplaudían o rechazaban dependiendo de quién fuese (sobre todo esto último en el caso de los directivos a quienes insultaron).
Supongo que nos gusta sentirnos parte de un grupo aunque ya no seamos adolescentes, es parte de nuestra naturaleza social aunque cada uno lo busque en el ámbito que más le guste…. Al final, cuando todo el mundo se fue, se vio por televisión que la gente de la Demencia extendió la gran bandera del Estu sobre la cancha mientras muchos de ellos lloraban el descenso. Sentirnos parte de un grupo nos hace vivir intensamente y olvidarnos muchas veces de nuestras propias miserias. Nos da sueños.