Nostalgia

Me gusta llamarlo estar en #modoadolescente, porque son ocasiones en las que conecto con la quinceañera que fui y me comporto como tal sin importarme mucho el qué dirán.  Grito, lloro, coreo las canciones, me siento en el suelo con las chuches y el refresco y me emociono hasta las lágrimas con cada gesto. Me pasó hace unos días en el concierto de Eros Ramazzotti (y quien me llame hortera por ello le digo que sí, lo soy) y me pasa lo mismo en los de Alejandro Sanz (idem).

el solo

A ambos los sigo desde que tenía más o menos 14 años. Con los dos fui creciendo y por eso cada disco que sacan al mercado está relacionado con una etapa de mi vida. Verlos ya de por sí hace que evoque y me sienta cerca de alguien que conozco sin conocer porque sus canciones en cierta forma son la banda sonora de mi vida a fuerza de escucharlas. Corear las letras más antiguas funcionan muchas veces como ancla, rememoro ciertas sensaciones que ya no están, como esa ingenuidad al descubrir el mundo y su tiempo, o simplemente me hacen conectar con situaciones concretas que fueron marcadas por esa melodía. Luego las más recientes me sitúan en el presente, pero con la seguridad de sentir algo familiar, algo que es parte de mi vida…

Es un proceso que encuentro bonito, y por eso me gusta vivirlo sin más, porque luego cuando salgo del concierto me doy cuenta que también me sirve de catarsis. Es lo que tiene gritar, llorar y ser absolutamente feliz  en hora y media, que desahoga un montón.

Quizás hay cierta nostalgia en todo esto, los conciertos me llevan a tiempos más inocentes y desenfadados…

         Eros

pantallas

escenario

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Es solo un partido

En un juego de basket puede representarse toda una sociedad. Yo no suelo ser espectadora de deportes, pero en esto del arte de las negociaciones en las relaciones de pareja  a veces me toca asistir a partidos de baloncesto en Madrid. Quizás por eso lo observo todo con la curiosidad del recién llegado.

En el cuadrilátero que conforma la cancha confluyen todas las ansiedades del público que asiste (menos yo, claro). Siempre me pregunto si eso no pondrá nerviosos a los jugadores, yo creo que me pondría histérica con tanta presión externa, no soy tan competitiva…

Los jugadores juegan y la gente los aplaude, les grita, lo vitorea, los anima. Poco a poco vas sintiendo la energía arrolladora que emerge en todo el lugar cuando el equipo de casa va ganando.

En los descansos sobrevuela un minidirigible publicitario anunciando el seguro Asefa, mientras que en una pantalla gigante rodeada de carteles de Coca-Cola se anuncian una y otra vez patrocinadores como la autoescuela Lara, cuyo coche invade hasta el carro de la famosa estatua de Neptuno de la ciudad; una Air Europa que aplica un buen golpe de efecto al poner como imagen a Leo Messi, Paz Vega y mi queridísimo Alejandro Sanz; por no hablar de la pantalla que bordea la cancha con el rostro de Rafa Nadal cada no sé cuántos minutos anunciando Kia, al igual que los shorts del equipo local (Estudiantes) con el logo del metro de Madrid… en total, mas de 10 marcas publicitándose simultáneamente intentando que por lo menos alguno piquemos con la excusa de un juego. Un juego que representa el deporte. El deporte que significa vida sana para las personas, alejamiento de peligros para los jóvenes. Y como es algo sano es bueno verlo. Al igual que la publicidad.

Y como colofón, un grupo de profesores en la tribuna superior con las ya conocidas camisetas verdes como elemento identificativo  protestando por los recortes en Educación, presencia que la hinchada del Estu (la famosa Demencia entre sus seguidores) aprovecha para gritar «Esperanza, hija de puta» (presidenta de la Comunidad de Madrid) a lo que los profes contestan con aplausos eufóricos…

La sociedad misma a propósito de un juego.