Se estremecía con las noticias, le daban miedo las cifras -los números altos en todas; la pérdida de identidad y convertirse en eso, en cifra-, la soledad hecha calle cuando bajaba la basura.
Decidió entonces bailar en el salón solo porque sí, cantar sin sentido, cocinar sabores viajeros, leer y transportarse, sentarse durante ratos a mirar hacia dentro a través de la ventana.
Cuando terminó la cuarentena y permitieron salir a la calle, descubrió que estaba mejor dentro.