Del metro a un bar

Volví a pasear por las calles llenas de gente. Malasaña, el barrio alternativo, repleto de bares de marcha y lugares curiosos cuando llegué a este país hace doce años, y ahora la zona que sigue siendo joven pero con un aire cool a ratos por la llegada de tiendas vintage y de moda que lo han convertido en un Soho madrileño. Caminaba y recordaba. De la terraza Cruz Blanca en la que nos tomábamos unas cervezas Pelusa, Alethea y yo junto a aquel chico de Sao Paulo que ahora no recuerdo cómo se llamaba. Las calles transitadas de gente con bares unos más curiosos que otros, y las plazas repletas de veinteañeros como nosotros sentados en el suelo bebiendo cerveza. La ruta que Gonzalo nos hacía porque era el madrileño y actuaba como anfitrión mostrándonos los garitos que le gustaban, el Vía Láctea, el Tupperware... La cafetería de Alonso MArtínez donde las tres nos sentábamos a beber cervezas, a hablar de proyectos y de futuro y a quejarnos de los dos duros que teníamos y qué putada estar así aquí. La sensación de inocencia conociendo un sitio nuevo, una ciudad entera mostrándose ante nosotras y que yo aún estaba aprendiendo a asimilar. El salir a disfrutar con diez euros porque el bolsillo no daba para más pero igual me lo pasaba bien porque para eso estoy en Madrid. La sensación de pérdida. Los años que ya no vuelven.

Recordar todo esto simplemente por ir del metro a un bar.

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